«¡Que nadie se atreva a tocar mi estilo!», esa suele ser la primera idea que a cualquier escritor le viene a la mente cuando se encuentra por vez primera con el concepto corrección de estilo. Esta expresión suele confundir (y asustar) a quienes no están familiarizados con el sector editorial. Se imaginan a algún extraño individuo —no del todo digno de confianza y al que probablemente no hayan visto en su vida— torturando ese texto que tantísimo tiempo y esfuerzo les ha costado engendrar. Ven a alguien que carece de vinculación con su trabajo toquetear sus frases con sabe Dios qué oscuras intenciones.
Calma: la corrección de estilo solo persigue hacer que su texto sea comprensible y no presente errores de escritura. Esta corrección no se centra en las erratas y las faltas ortográficas (aunque también las elimina cuando las encuentra), sino que profundiza en el escrito para enfrentarse con los problemas gramaticales y léxicos que pueda presentar, y todo ello con dos objetivos: garantizar que el autor transmite claramente su mensaje y allanarle el camino al receptor para que nada le estorbe la lectura.
La atención es un bien muy escaso. Cuando escribe tiene los cinco sentidos puestos en lo que quiere decir, en la precisión del contenido, en que las cifras cuadren, en no olvidar ninguno de los puntos importantes… Por eso no es extraño que, con la mente ocupada en esas cuestiones, no vea que ha repetido el mismo verbo cinco veces en tres líneas, que la conclusión que tan clara parecía pueda entenderse de varias formas, que ha redactado unas frases demasiado extensas que hacen difícil seguir el argumento, que se le han colado expresiones algo pobres… Con todos esos enemigos (y algunos más) se enfrenta la corrección de estilo.
Con el fin de evitar sesgos de género a menudo se emplean sustantivos colectivos tales como alumnado, profesorado, etcétera. En esos casos es necesario tener cuidado con las concordancias de número, ya que, como vemos en este ejemplo, si el texto se ha sometido a varias redacciones es frecuente que en la versión final sobrevivan casos incorrectos. Además, hemos de ser cuidadosos y mantener el estilo uniforme («el profesor» ¿se refiere solo a los varones o se trata de un error? Discordancias como esta pueden dar lugar a confusiones).
Se puede apreciar que el texto original ofrece diversas dificultades que entorpecen su comprensión. Veamos algunas: